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El patriarcado no son los hombres…

¿Qué es el patriarcado?

Vivimos en un mundo organizado por ideas que otorgan privilegios a ciertos grupos. Uno de esos sistemas es el patriarcado. Aunque escuchamos este término con frecuencia, pocas veces se explica con claridad qué significa y cómo opera en nuestra vida cotidiana.

El patriarcado es un sistema social, político, económico y cultural. Ha existido por siglos y coloca a los hombres cisgénero heteronormados (que se identifican con el sexo que le fue asignado al nacer, se sienten atraídos por mujeres y asumen comportamientos dictados por la norma heterosexual dominante), en una posición de superioridad. Este sistema organiza relaciones de poder en las que las mujeres, niñas y otras identidades de género viven subordinadas. Asigna roles y expectativas según el género: a los hombres se les educa para proveer, competir y controlar, mientras a las mujeres se les enseña a obedecer, cuidar y servir.

Por medio de estos “roles”, se establece que hay tareas, emociones y comportamientos “propios” o “naturales” de hombres y mujeres. Por ejemplo: se considera que las mujeres deben maternar y los hombres deben sostener económicamente. Pensamientos como este, limitan las posibilidades de acceder libremente a los derechos humanos, ejercer diversas formas de existir y valida la violencia contra las mujeres como forma de control.

Sin embargo, el patriarcado no es algo natural, sino una construcción social histórica, que se perpetúa a través de las leyes, la cultura, la religión, las tradiciones y los medios de comunicación.

Ilustración tomada del sitio web: CULTURA INQUIETA, S.L

¿Cómo afecta a mujeres, hombres y personas disidentes?

El patriarcado atraviesa todos los espacios de la vida. A las mujeres les impone desigualdades estructurales que impactan su autonomía, sus derechos y su bienestar. En el ámbito laboral, perciben salarios más bajos que los hombres, ocupan menos cargos de poder y dirección. Esto se conoce como brecha salarial de género, y es una expresión concreta de la desigualdad. De acuerdo con El Economista, en México, esa desigualdad es de 15%; es decir, por cada 100 pesos que percibe un hombre, una mujer gana 85 pesos en promedio.

En el hogar, el patriarcado asigna a las mujeres la responsabilidad casi exclusiva del trabajo de cuidados, lo que incluye atender a niñeces, personas mayores, personas enfermas y realizar labores como cocinar, limpiar o lavar. Muchas veces, este trabajo no es remunerado ni reconocido, lo que limita el tiempo y las oportunidades de desarrollo de las mujeres.

Desde el acoso hasta los feminicidios, las violencias patriarcales operan como mecanismos de control sobre los cuerpos y la libertad. Los feminicidios no son crímenes privados, sino expresiones extremas de un orden social patriarcal que legitima la subordinación femenina.

El patriarcado no solo beneficia a los hombres, también los afecta. Desde pequeños, a los hombres se les exige ser fuertes, dominantes y no expresar sus emociones. Frases como “los hombres no lloran” o “compórtate como hombre” son mandatos patriarcales que restringen su libertad emocional y afectiva. Este modelo de masculinidad impone a los varones la obligación de competir, controlar y ejercer poder, lo que les dificulta establecer vínculos afectivos sanos, reconocer sus vulnerabilidades y atravesar emociones como el miedo o la tristeza. Esto deriva en altos índices de violencia ejercida y sufrida por varones (de forma colectiva o unilateral) así como en problemáticas de salud mental, que pueden ser desde la depresión hasta el suicidio.

El patriarcado oprime e impone

Es decir, el sistema patriarcal no solo oprime a las mujeres, sino que condiciona a los hombres a expresar una masculinidad violenta o controladora. Si bien las mujeres son víctimas directas del patriarcado, el sistema también perjudica a los hombres, aunque ocupen posiciones de ventaja social, pues restringe sus posibilidades de vivir una masculinidad libre de violencia y control.

Otra expresión del patriarcado es que, incluso en los movimientos que lo cuestionan, las vivencias de las disidencias sexuales han sido relegadas. Por ello, los feminismos actuales (especialmente en América Latina) apuestan por un enfoque interseccional y disidente, que nombre y defienda las luchas de todas las identidades oprimidas por este sistema.

El patriarcado impone una jerarquía sobre la sexualidad, donde la heterosexualidad cisgénero es considerada legítima, superior y única, estableciendo una idea de cuerpo válido: masculino o femenino, heterosexual, cisgénero, productivo y reproductivo. Cualquier otro cuerpo es visto como ilegítimo, anormal o peligroso. Por eso las personas trans, intersex o no binarias viven altos niveles de violencia y exclusión estructural.  

Las disidencias son violentadas porque el patriarcado las considera “cuerpos excedentes” que no aportan ni cumplen con las expectativas sexuales y reproductivas que garantizan la continuidad del sistema.

Foto: Ticas Poderosas © 2017 Nooleo S. A. todos los derechos reservados

El patriarcado no son los hombres

Es necesario entender que el patriarcado no son los hombres, sino un sistema de organización social que beneficia a los varones cisgenero heteronormados, pero que puede ser reproducido por cualquier persona, incluso por mujeres.

Muchos hombres reproducen actitudes patriarcales porque fueron educados en esa lógica. Esta idea rígida de ser hombre ha generado relaciones desiguales y violencias, pero también ha dejado a muchos varones emocionalmente aislados, cansados y con miedo a expresar quiénes son en realidad. Sin embargo, hoy existen espacios donde pueden cuestionar esos aprendizajes, construir nuevas formas de ser y relacionarse, desde el respeto, el autocuidado y la equidad.

Los círculos de masculinidades en deconstrucción son lugares seguros para desmontar creencias patriarcales. Participar en estos espacios es una oportunidad para liberarse de los mandatos que dañan y desaprender conductas que dañan su integridad o los entornos en que se desenvuelven.

La deconstrucción es ese proceso de revisar lo aprendido, identificar creencias y actitudes machistas y cambiarlas. No es un destino al que se llega, sino una práctica diaria que se sostiene con voluntad y conciencia, por lo que implementar la perspectiva de género permite ver estas desigualdades, comprender cómo operan y construir relaciones más equitativas.

Para desmontar el patriarcado se requiere trabajo personal y colectivo. Es necesario educarnos, cuestionar los privilegios y denunciar las violencias. También crear espacios seguros donde las mujeres y disidencias puedan participar en igualdad.

Desde GESMujer…

Diversas autoras feministas latinoamericanas, como Marcela Lagarde y Rita Segato, insisten en que ninguna transformación será real si esta no modifica las relaciones cotidianas: cambiar cómo hablamos, cómo educamos y cómo nos vinculamos es indispensable. Y eso sólo es posible si reconocemos que el patriarcado existe y trabajamos en conjunto para erradicarlo.

Desde el Grupo de estudios sobre la mujer Rosario Castellanos, nuestro compromiso es trabajar para desmontar este sistema desde una postura feminista, respetuosa y humanizante. Desde el accionar diario, impulsamos procesos formativos, espacios de acompañamiento y acciones comunitarias que fortalezcan la autonomía de las mujeres y promuevan relaciones libres de violencia.  Priorizamos la atención integral a las mujeres en situación de violencia, sin embargo reconocemos que ninguna persona nace violenta ni patriarcal, pero todas podemos cuestionar y desaprender las creencias que sostienen las desigualdades.

Apostamos por una cultura de paz, respeto y dignidad para todas las personas, donde sea posible construir relaciones equitativas, libres de violencia en todos los ámbitos de la vida.

Foto: GESMujer 2025

Foto en portada: Grabado de Charles Laplante en el que Alejandro Magno escucha al filósofo griego Arquímedes. Stock Montage/Getty Images

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