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Mujeres indígenas y el “deber” de preservar

La cultura como mandato de género

El mandato de preservar “lo propio” muchas veces no se elige: se impone. Preservar la cultura recae casi exclusivamente sobre las mujeres, sin que esto refleje necesariamente autonomía, recursos o un reconocimiento auténtico que visibilice la carga desigual que esto implica. Este fenómeno no se limita a pueblos originarios, sino que es una constante histórica en distintas culturas del mundo, donde las mujeres hemos sido vistas como las encargadas de sostener a la familia y a la comunidad, imponiendo un legado cultural estrictamente vinculado con tener hijos que puedan perpetuarlo.

En GESMujer, reconocemos el papel fundamental que históricamente han desempeñado las mujeres indígenas en la transmisión de saberes, lenguas, tradiciones y formas de vida comunitaria. Sin embargo, es importante cuestionar cómo la complejidad, carga y contradicciones de este rol se han impuesto y romantizado, invisibilizando los mandatos de género implícitos en el “deber” de preservar la cultura.

A las mujeres indígenas se les ha llamado de diversas formas: “las raíces de los pueblos”, “las guardianas de los pueblos indígenas”, “el corazón de la comunidad”, “el símbolo y el motor de la cultura”. Si bien estas expresiones parecen halagadoras, en realidad refuerzan una carga simbólica desproporcionada: se espera que sean ellas quienes cuiden de la lengua originaria, la cocina tradicional, las festividades, la crianza y los valores colectivos. Así, la cultura deja de ser una fuente de identidad viva y se convierte en una exigencia silenciosa que refuerza desigualdades de género y violencia simbólica.

Migración y el doble mandato cultural

Por su parte, la migración coloca a las mujeres indígenas en una paradoja desgastante:

  1. Las mujeres indígenas que emigran a espacios urbanos deben adaptarse o incluso ocultar su identidad para no ser discriminadas.
  2. Las mujeres indígenas que radican en sus comunidades, deben mantener intactas sus costumbres y su rol tradicional, pues se les coloca bajo un panorama turístico y folclórico que les exige “no cambiar”. 

Este doble mandato las coloca en una tensión constante:

  1. Adaptarse a la urbanidad implica culpa al no poder preservar su identidad cultural;
  2. Mientras que preservar su identidad cultural implica invisibilizar sus derechos, necesidades y capacidad de transformación social.

Así, las mujeres indígenas quedan atrapadas entre la exigencia de mantenerse como símbolos de una tradición estática y la búsqueda legítima de su autonomía y reconocimiento en condiciones de dignidad. De acuerdo con Lorena Cabnal “La lucha por la defensa de la tierra y del cuerpo es inseparable: la sanación de nuestros cuerpos-territorio es también una forma de resistencia política y cultural”.

La migración, entonces, no solo implica desplazamiento físico, sino también rupturas en las formas de transmitir y vivir la identidad cultural, demostrando que la transmisión cultural no puede seguir entendiéndose como una función natural de las mujeres, sino como una labor que debe ser ejercida en colectividad con respeto, libertad y condiciones dignas.

Resistencia desde el feminismo comunitario 

Desde el feminismo comunitario, impulsado por escritoras indígenas como Lorena Cabnal (maya-xinka de Guatemala y cofundadora de la Red de Sanadoras Ancestrales del Feminismo Comunitario Tzk’at) y Julieta Paredes (feminista aymara de Bolivia y cofundadora de Mujeres Creando Comunidad), se ha propuesto que la cultura debe ser un espacio de decisión, no de condena. Enunciando:

  • Que la cultura no debe ser una carga naturalizada sobre los hombros de las mujeres, sino un derecho colectivo sostenido con equidad.
  • Que es necesario fortalecer políticas públicas interculturales con perspectiva de género, que reconozcan y acompañen la labor cultural de las mujeres desde la libertad, no desde la imposición.

La pérdida de lenguas originarias, la vestimenta, los bordados, o la baja natalidad no es culpa de las mujeres. Es consecuencia de un sistema que las responsabiliza sin apoyo, las romantiza sin justicia y las invisibiliza. 

Las mujeres indígenas no son guardianas pasivas de un pasado, son integrantes de comunidades dinámicas donde el cambio y la defensa cultural se viven de manera colectiva y desde múltiples voces. Porque no hay cultura viva sin mujeres libres y no hay tradición verdadera si para conservarla hay que callar, doler u obedecer.

Desde el GESMujer Rosario Castellanos, nos sumamos a las voces del feminismo comunitario que no buscan romper con la cultura, sino hacerla habitable, justa y elegible para todas las personas.

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