El idioma español es muy amplio y rico en términos. Desde la formalidad de la estructura gramatical del lenguaje, hasta la conjugación improvisada en expresiones coloquiales del día a día. Sin embargo, tiene una peculiaridad muy curiosa: Percibe el género en cada palabra del diccionario. La ONU Mujeres menciona en la Guía para el uso de un lenguaje inclusivo al género (2017) que “el idioma castellano reconoce al género femenino en su vocabulario, no debería haber motivo, entonces, para omitirlo”.
Si bien es cierto que el español cuenta con la adaptabilidad en género de los adjetivos, atribuyendo la “a” a lo femenino y la “o” a lo masculino (ej.: todos-todas, alta-alto, bonita-bonito), actualmente es común escuchar sobre el “masculino genérico” como la norma estricta para hablar en español, siendo la bandera ondeada por todas aquellas personas que se niegan a aplicar un lenguaje incluyente en género en su cotidianidad.
Esto puede representar un problema para ciertas personas, al verse en la necesidad de ampliar su vocabulario para cubrir espacios sociales comúnmente no nombrados en las conversaciones.
LO QUE NO SE NOMBRA, NO EXISTE
La realidad es que, como mujeres, nos acostumbramos a considerarnos (porque no quedó de otra) dentro del grupo nombrado, a pesar de que el masculino genérico niegue nuestra inclusión en el espacio público del lenguaje.
La omisión de las mujeres en la vida pública (y también en la privada) es evidente en cada expresión que tenemos. Sin ir a ejemplos demasiado rebuscados, hacemos referencia a quienes integran nuestro círculo familiar desde el masculino:
- “Los hermanos ya llegaron”, aunque haya más hermanas.
- “Mis abuelos me criaron”, incluso si fue principalmente la abuela.
- “Los hijos de mi vecina son muy amables”, aunque se refiera a hijas e hijos.
Estas expresiones cotidianas son pequeñas muestras de cómo el lenguaje refleja y refuerza jerarquías de género. No es casualidad que lo masculino se imponga como lo universal y lo femenino se perciba como una excepción o un añadido.
Además, en cualquier idioma habrá expresiones que refuercen estereotipos, alimentando masculinidades tradicionales y toxicas, o bien promoviendo la opresión a las mujeres. El uso tradicional de estas frases tiene un profundo arraigo a los roles de género y para erradicarlas es necesario identificarlas, lo que a veces es difícil puesto que muchas veces están estrictamente vinculadas con la expresión de nuestra identidad cultural, religiosa e incluso profesional.
- “Calladita te ves más bonita”, una frase que enseña a las mujeres a guardar silencio y no opinar.
- “Los hombres no lloran”, que niega la vulnerabilidad emocional y refuerza la idea de fortaleza obligatoria.
- “Eres muy mandona”, mientras que a los hombres se les dice “líder”.
- “Te vas a quedar para vestir santos”, como advertencia a las mujeres que eligen no casarse.
EL LENGUAJE COMUNICA Y CONSTRUYE REALIDADES
Nuestra manera de hablar transmite la forma en que vemos el mundo. Cada palabra que usamos define a quién reconocemos y a quién dejamos fuera, por eso, identificar los trasfondos de estos mensajes es el primer paso para transformar nuestra realidad.
Utilizar un lenguaje inclusivo no es una alternativa pensada como imposición, sino una herramienta para generar conciencia, reconocimiento y respeto para todas las personas. Nombrarnos y nombrar a otras mujeres desde sus diversidades, es abonar a la exigencia de una justicia lingüística como acto político, para ocupar los espacios públicos que nos corresponden por derecho humano.
En el GESMujer Rosario Castellanos estamos seguras que usar un lenguaje incluyente es construir una sociedad más equitativa, diversa y libre de estigmas. Nombrarnos con respeto, empatía y claridad, es un compromiso con la dignidad y la igualdad de las mujeres.











